martes, 20 de mayo de 2014

DICEN QUE DIJERON QUE ANDAN DICIENDO QUE… Por Margarito López Ramírez

MARGARITO LÓPEZ RAMÍREZ
El hombre anduvo buscado aquí, buscando allá, hasta  que encontró allí nomás en una de las banquetas que está en las inmediaciones del zócalo del pueblo; dando razón  a quien dice que: “él que persevera, alcanza…”“quien busca, encuentra… o en eso de que, tanto va el cántaro al agua, hasta que se quiebra…”.
Sergio Perales Sierra, hijo de doña “Quencha cuetes”, está enterado del acontecimiento porque bajo amenaza recibida sirvió de escudero durante la incursión etílica que emprendió El Enchaquetado, como llamaba la gente al hombre lujosamente vestido con su habitual chaqueta negra  y corbata roja; dice que después de haber bebido más de la cuenta en la cantina “La Escondida”, alardeando que era “La autoridad máxima en ese pueblo pichurriento”, empezó a golpear con sus botines cada puerta de cuanta casa humildes encontró en el vecindario, sin que los gendarmes lo impidieran porque según el decir de ellos “el señor autoridad” andaba degustando, y no lo podía garrotearlo como lo hacían con la gente humilde y menesterosa; asegura que actuaba como si estuviera loco, gritando: “ando en busca de una hijo de la chingada que se parta la madre conmigo. ¡Bola de collones!.. ¿Quién dice: yo?.. culantros, muertos de hambre… ¡Pájaros nalgones!”. Cuenta que cuando las luces del atardecer diluían su plenitud había indignación y coraje en el barrio “Las Ollas” en el que algunas mujeres lloriqueaban a la par que aquietaban a quienes pretendían salir a defender el honor de la familia; y que se escuchaba un desmesurado labrar de los perros que olisqueaban uno sé qué en el ambiente en donde poco a poco se encendían las farolas situada en las esquinas.
Afirma que el mitote se fue hacia el centro de la población, dejando resabios de impotencia en los pobladores y el constante gruñir de la jauría alebrestada; manifiesta que el hombre que se hacía llamar “máxima autoridad”, poseído de mirada libidinosa y ebria, llegó hasta donde estaba la pareja de novios, y, sin más preámbulo,  amparado por su pistola calibre 45 que endilgaba hacia la cara de Federico, le empezó a decir a Rosa María que era muy chula, que le gustaba para darle un arrejunte, un sacudión, y que quien la acompañaba no le servía ni para el comienzo; asevera que en medio de esa trifulca secundada por las campanas emitiendo su sonar de alarma, alguien dijo que Federico, muchacho de escasos diecisiete años, no se portaba como hombre, que su actitud no era merecedora de los afectos de Rosita, y que de no haber sido por la intervención de las mujeres que se lo llevaron entre las enaguas,  se hubiera zurrado en los calzones, junto a su novia.
Ahora se rumorea que Federico, después de dejar a su novia en manos de los padres de ella, extrajo algo reluciente de entre los morrales que había en su covacha, pidió la bendición de su madre, y regresó en busca del hombre que se hacía llamar: “máxima autoridad”; se corre la voz que fue hasta él, y cuando pistola en mano chuleaba a una jovencita, se le arrejuntó sin darle tiempo de nada; como también se musita que tras el pujido que sacó de sus tripas El Enchaquetado, las campanas cambiaron repentinamente su tañer, emitiendo sonidos profundos, sonoros,  pesarosos, al tiempo  que los gendarmes y quienes gobiernan el pueblo de La Cima del Ocotal acudían presurosos a cumplir disque con su deber… Como también se murmura que La Rosita, se ausentó de esa tierra que, aunque empobrecida y abandonada, guarda cuitas y querencias que encariñan…