MARGARITO LÓPEZ RAMÍREZ |
El hombre
anduvo buscado aquí, buscando allá, hasta
que encontró allí nomás en una de las banquetas que está en las
inmediaciones del zócalo del pueblo; dando razón a quien dice que: “él que persevera, alcanza…”…“quien
busca, encuentra… o en eso de que, “tanto va el cántaro al agua, hasta que se
quiebra…”.
Sergio
Perales Sierra, hijo de doña “Quencha
cuetes”, está enterado del acontecimiento porque bajo amenaza recibida sirvió
de escudero durante la incursión etílica que emprendió El Enchaquetado, como
llamaba la gente al hombre lujosamente vestido con su habitual chaqueta
negra y corbata roja; dice que después
de haber bebido más de la cuenta en la cantina “La Escondida”, alardeando
que era “La autoridad máxima en ese pueblo pichurriento”, empezó a golpear con sus botines cada
puerta de cuanta casa humildes encontró en el vecindario, sin que los gendarmes
lo impidieran porque según el decir de ellos “el señor autoridad”
andaba degustando, y no lo podía garrotearlo como lo hacían con la gente
humilde y menesterosa; asegura que actuaba como si estuviera loco, gritando: “ando
en busca de una hijo de la chingada que se parta la madre conmigo. ¡Bola de
collones!.. ¿Quién dice: yo?.. culantros, muertos de hambre… ¡Pájaros nalgones!”.
Cuenta que cuando las luces del atardecer diluían su plenitud había
indignación y coraje en el barrio “Las Ollas” en el que algunas mujeres
lloriqueaban a la par que aquietaban a quienes pretendían salir a defender el
honor de la familia; y que se escuchaba un desmesurado labrar de los perros que
olisqueaban uno sé qué en el ambiente en donde poco a poco se encendían las
farolas situada en las esquinas.
Afirma
que el mitote se fue hacia el centro de la población, dejando resabios de
impotencia en los pobladores y el constante gruñir de la jauría alebrestada;
manifiesta que el hombre que se hacía llamar “máxima autoridad”,
poseído de mirada libidinosa y ebria, llegó hasta donde estaba la pareja de
novios, y, sin más preámbulo, amparado
por su pistola calibre 45 que endilgaba hacia la cara de Federico, le empezó a
decir a Rosa María que era muy chula, que le gustaba para darle un arrejunte,
un sacudión, y que quien la acompañaba no le servía ni para el comienzo; asevera
que en medio de esa trifulca secundada por las campanas emitiendo su sonar de
alarma, alguien dijo que Federico, muchacho de escasos diecisiete años, no se
portaba como hombre, que su actitud no era merecedora de los afectos de Rosita,
y que de no haber sido por la intervención de las mujeres que se lo llevaron
entre las enaguas, se hubiera zurrado en
los calzones, junto a su novia.
Ahora
se rumorea que Federico, después de dejar a su novia en manos de los padres de
ella, extrajo algo reluciente de entre los morrales que había en su covacha, pidió
la bendición de su madre, y regresó en busca del hombre que se hacía llamar: “máxima autoridad”; se corre la voz que fue
hasta él, y cuando pistola en mano chuleaba a una jovencita, se le arrejuntó
sin darle tiempo de nada; como también se musita que tras el pujido que sacó de
sus tripas El Enchaquetado, las campanas cambiaron repentinamente su tañer,
emitiendo sonidos profundos, sonoros, pesarosos,
al tiempo que los gendarmes y quienes
gobiernan el pueblo de La Cima del Ocotal acudían presurosos a cumplir disque con
su deber… Como también se murmura que La Rosita, se ausentó de esa tierra
que, aunque empobrecida y abandonada, guarda cuitas y querencias que encariñan…