“El secreto de la vida es la
honestidad y el juego limpio. Si puedes simular eso, lo has conseguido” -Groucho Marx-
Las peleas infantiles o juveniles de hombres de antes, en 60’s o 70’`s, chance hasta los 80’s en las escuelas de los diversos grados, no
pasaban de darse unos cuantos cruces de madrazos o golpes, fintas o tirar un “patín”
cercano a los “bajos del ejido”; con el solo afán de simular o embaucar al
contrincante y medirle las “aguas a los camotes” para entender qué “armas
portas”. Un cabeceo, dos pasos para adelante y tres de lado, izquierda y
derecha. Zaz.
Un ligero escarceo, una
farsa, como se llama en teatro. Falsear como se dice en canto. Pero era leve. Un
“bailecito” carnal, se decía allá en chilangolandia.
Cuando más dos tres golpes: derecha…
izquierda, cabezazo y pa´tras. Rápido y sin perder de vista al contrincante.
Dos tres golpes al aire; y, murmurando algo así muy “cabrón”… la mentada de
madre, era suavesona, ininteligible: un “gá tu madre”, que se quedaba entre los
dientes y la punta de la lengua. Tras.
Los cuates, zancas o parnas,
a la porra o vigilando que no se metiera otro, para estar al “alba”. Todos
quizás en silencio, pues la pelea era entre dos; los demás era el cerco, las “cuerdas
humanas”. Silencio que estamos velando armas.
Si acaso al golpe de un “upers” caía el amigo disconforme -pues no
eran enemigos- se detenía la pelea, y se esperaba a que se levantara el caído o
“resbalado” como se decía entre apuros. “Aguanta me resbalé”; pero de antemano
se sabía que el madrazo había sido seco y certero en la cara o el plexo. Y, uno
esperaba. Nada de patadas en el suelo, ni nada de írseles como cobardes los cuates, encima del tirado.
Paz.
Eran peleas o simplemente un
par de cachetadas guajoloteras. En otras ocasiones, si era medirse con el contrincante,
pues ya los ánimos andaban “más caldeados” que las quincenas de los trabajadores
municipales. Y, pues ni modo a medirse y a darse de puñetes, no de puñetas. Cuas.
Golpeados, revolcados o con
sangre en la nariz o raspones en las rodillas y puños, no pasaba a más. Después
de la digresión, el baile boxístico, el
cruce de palabras y de acusaciones mutuas que servía para expiar culpas, para
purificar la reyerta, para enmendar
daños, todo volvía a la calma. Cada quien con sus amigos, para narrar la “odisea”
el pierde o el gane o el indiferente “empate”, la vida se mantenía igual y
estable. Tan amigos como todos.
Hoy, los tiempos, han
cambiado. Ni narración permite esto. Requiescat in pace.
*sin.marca@gmail.com