domingo, 6 de marzo de 2016

EL CABALLO ZAPATISTA, LIBRO PRESENTADO POR EL AYUNTAMIENTO DE ATOYAC DE ÁLVAREZ.

De izquierda a derecha. Agustín López Flores, Director de la Casa de la Cultura en Atoyac de Álvarez; comentarista Maestro José Luis Fonseca Soberanis,  Secretario de Finanzas del Gobierno de Atoyac de Álvarez; el escritor, Isaías Alanís Trujillo;  Moderador, Jorge Luis Falcón-Fernández Arévalo, director de Grado Cero Consultoría y el comentarista  Maestro en Ciencias, Eduardo Isaías Gómez Ozuna.



EL CABALLO ZAPATISTA

Sonesito para cantar con mis amigos
Letra y música de Isaías Alanís

Me dijo el general
que en esto de la toreada
más vale tener amigos
que monedas de oro y plata

Comentarios de Eduardo Isaias Gómez Ozuna, al libro “El caballo Zapatista”, de Isaias Alanis, en Atoyac de Álvarez.

Historia y literatura

¿Cuánto sabemos en realidad de ese ser tan familiar y a la vez tan mítico, como es el caballo? Desde tiempos inmemoriales, el corcel ha acompañado al hombre, tanto en el trabajo como en la guerra, la aventura, la juerga y las lides amorosas; de tal suerte que ha llegado a ser considerado como el animal más influyente en la historia de la humanidad. A lomo de caballo se han descubierto nuevas tierras y se han ganado grandes guerras.

La mitología griega nos ha proveído de la figura de El Centauro: un ser mitad hombre, mitad corcel; que originalmente fue utilizada para encarnar al ser salvaje, primitivo, contrario a la civilización. Sin embargo, en la misma mitología griega se reconoce, desde el inicio, la existencia de centauros buenos.

De hecho, al lado de los grandes personajes de la historia antigua y algunos contemporáneos, también figuran los nombres de los caballos que montaron. Alejandro Magno fue acompañado durante su campaña en Asia por Bucéfalo, a quien sólo él podía montar, y en su honor fundó una ciudad y mandó construir una estatua. Julio César montó a Genitor, el monstruo de las pezuñas deformes, con el cual cruzó el río Rubicón, para iniciar la Guerra de las Galias; y Calígula, en el éxtasis de la locura, mandó investir como integrante del Senado Romano a Incitatus, su caballo

La literatura también nos ha legado caballos famosos; Don Quijote realiza sus andanzas por La Mancha a lomo de su fiel Rocinante y el Cid Campeador tiene en Babieca a un fiel compañero y testigo de sus infortunios.

La historia patria

A nuestros antepasados indios la desgracia les llegó a lomo de corcel. De manera similar a los antiguos griegos, pero en circunstancias muy distintas, también creyeron ver en el jinete y su montura a un solo ser, fuerte y poderoso, contra el cual era casi imposible luchar.

“Y mandó Cortés a Pedro de Alvarado que todos los de a caballo se aparejasen para que aquellos criados de Moctezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles, y también Cortés cabalgó… Y a Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo; todo lo cual se hizo delante de aquellos embajadores… y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y todos lo mandaron pintar a sus pintores para que su señor Moctezuma lo viese”. Esto nos dice Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Después, el caballo adoptó “carta de naturalización” entre nosotros. “Que buenos caballos trae ese indio”, exclama El Zarco al ver pasar a Nicolás, el herrero de Atlihuayán, en la novela El Zarco, que Ignacio Manuel Altamirano escribió en el Siglo XIX, teniendo como escenario, precisamente, el campo del estado de Morelos. O bien, nos dice el mismo Altamirano: “El caballo que montaba era un soberbio alazán, de buena alzada, musculoso, de encuentro robusto, de pezuñas pequeñas, de ancas poderosas como todos los caballos montañeses, de cuello fino y de cabeza inteligente y erguida. Era lo que llaman los rancheros un caballo de pelea”.  

Isaias Alanís Trujillo, escritor del libro "El Caballo Zapatista", presentado por el Ayuntamiento de Atoyac de Álvarez, Guerrero, México.
Después de la conquista, más que en cualquiera de nuestras guerras, fue en la Revolución cuando hombre y montura parecieron fundirse en uno solo, para escribir así, juntos, páginas legendarias. No hubo revolucionario auténtico sin caballo. “Tengo mi par de caballos para la Revolución, uno se llama El Canario y otro se llama El Gorrión”, nos dice Samuel Lozano en su corrido La Rielera

Como cité ya, para los antiguos griegos la figura de El Centauro tenía una connotación negativa, ruda, contraria a lo civilizado. Probablemente es esta percepción la que la sociedad porfiriana de la capital del país tenía de Villa y el puñado de norteños que, a caballo, llegaban raudos a trastocar el régimen imperante. Villa, El Centauro del Norte.

Centauros fueron todos ellos: Villistas, zapatistas, carrancistas y obregonistas, norteños y surianos por igual: Felipe Ángeles, Rodolfo Fierro, Pánfilo Nateras,  Pascual Orozco, Benjamín Argumedo, Genovevo de la O, Amador Acevedo, Benigno Abunde, Cliserio Alanís, Juan Andrew Almazán, Petronilo Campos, Ignacio Castañeda y Francisco Alarcón Sánchez, entre muchos otros.

En el arte popular, el guerrerense “no ha cantado mal las rancheras”  y también ha amado al caballo y ha fantaseado con él, trasladándose, incluso, a otras épocas y a otros lugares del país. Sobre el particular, podemos rememorar:

“Cuando ya vi que era hora le compré su buena silla
(Cuando ya vi que era hora le compré su buena silla)
Mi 30 30, canana y pistola, y mi Tordillo entendía (entendía) ya se nos vino la bola y nos vamos con Pancho Villa.
Mi Tordillo era entendido y por nada lo cambiaba (mi Tordillo era entendido y por nada lo cambiaba)
Cuando nos vimos perdidos (perdidos) por Obregón en Celaya (en Celaya)
Nomás lanzó un relinchido y nos fuimos para Chihuahua”.

Y de la misma forma:

“Caballo Prieto Azabache, cómo olvidar que te debo la vida
Cuando iban a fusilarme las fuerzas leales de Pancho Villa”.

El autor Isaias Alanis Trujillo, de sombreero, autografiando su libro "El Caballo Zapatista", en Atoyac de Álvarez, le acompaña en primer plano, José Luis Fonseca Soberanis, Agustín López Flores y Eduardo Isaias Gómez Ozuna.
Así escribe nuestro paisano José Albarrán Martínez, Pepe Albarrán, en “Mi amigo El Tordillo” y “Caballo Prieto Azabache”, dos de las más célebres composiciones que hacen referencia a esta relación entre el hombre y el caballo (simbiosis, diría yo) durante la Revolución. Nacido en  1921, en Cutzamala de Pinzón, región de la Tierra Caliente guerrerense; Albarrán no vivió la Revolución, y menos en el norte del país; pero su prodigiosa imaginación, su talento de compositor y, seguramente, un profundo afecto por los caballos y una niñez calentada ligada al campo, lo llevaron a crear historias tan vívidas, que se han arraigado en el imaginario colectivo, a tal grado que los límites de lo real y lo ficticio han tendido a difuminarse con el paso de los años.  

Al igual que a Villa, la sociedad porfiriana temía a otro de “a caballo”, que no venía de tan lejos, sino apenas del vecino estado de Morelos, a unas cuantas horas de la capital del país: Emiliano Zapata, a quien un ocurrente periodista de la época “bautizó” como “El Atila del Sur”. Pero a diferencia del Rey de los Hunos, Emiliano no comandaba un imperio, sino un ejército de campesinos, a los que poco importaba el significado de la palabra sufragio, mientras no fueran devueltas a las antiguas comunidades las tierras que les habían sido arrebatadas por el latifundio porfirista.

Francisco Rubí, uno de los entrevistados por Alanís, nos dice que, a diferencia de Villa y sus cercanos, Zapata no montó caballos finos, sino “puros criollos”. De hecho, el mismo personaje nos refiere: “la fuerza zapatista no era infantería, sino caballería”. “La caballería zapatista fue temida y respetada, como prueban las hazañas de los guerrilleros zapatistas que lazaban a cabeza de silla las ametralladoras huertistas y carrancistas”.

“El caballo criollo morelense” es descendiente de los caballos bereberes moros, que influyeron mucho en los caballos españoles del siglo XVI; a la postre, traídos por Cortés a la Nueva España. Aquí se adaptó bien, dice, y aunque son bajitos de estatura, por una mala alimentación durante muchas generaciones, son fuertes y veloces. Son excelentes caballos.

Durante mucho tiempo ha sido usado para los trabajos rudos en los trapiches, molinos de panela y mezcal, así como para triturar caña, arar la tierra y beneficiar la milpa. Pero también para actividades deportivas y para la charrería.

¿El caballo zapatista existe en la actualidad?
Ahí los tenemos, en los campos de Morelos, en Santa Rosa y Chinameca, y en todos los pueblos que toca la ruta de Zapata.

El libro y el autor

Cierto día, en mi juventud, caminando en la estación del metro Zócalo, en la Ciudad de México, llamaron mi atención dos grandes fotografías que adornaban las paredes del andén: la primera de ellas se titulaba “Zapatistas desayunando en Sanborn´s”, y la otra “Zapatistas en el centro de la Ciudad de México”, ambas fechadas en diciembre de 1914. La segunda era especialmente ilustrativa y se marcó en mi mente con mayor nitidez: un enjuto campesino, curtido por el sol y el trabajo, seguramente originario del estado de Morelos, al lado de su también escuálido caballo, con la carabina asida al lomo del animal, como el centro de las miradas de los curiosos, que parecen pensar en ese momento “Este es un soldado zapatista y su caballo”.

Es este caballo el que hizo la Revolución en el Sur del País, al que le escribe el tocayo Isaías Alanís; el caballo que montaron Emiliano y sus seguidores.

        Este caballo al que le canto
        Es el caballo que galopa en mis versos
        Y flota en las nubes de mi cuarto
        Ese, el caballo que veo
        Es el caballo de los Tártaros
        El caballo del molinero de La Mancha
        Y el caballo zapatista que montó mi padre
        Antes que las balas segaran su vida
        A este, al caballo indescifrable de mi infancia
        Y al caballo zapatista de los campos
        Y no al que veo de frente
        Parado en el centro de mi cuarto
        Es al que yo le canto
                                                               Gela Manzano

Alanís es poema y prosa; es verso, rima y copla; es literatura, es arte. En él descubro a Fuentes y a Rulfo; es la letra entrañable de un México milenario, cuya raíz más profunda se encuentra asida a una realidad cotidiana entre la vida y la muerte; es la voz del mexicano que no sabe si vive o muere, o deambula entre dos mundos, cuya única certeza es el profundo amor a la tierra que lo vio nacer y de la cual no quiere desprenderse o no se desprende nunca, y sigue habitándola después de muerto ¿Acaso no era por la tierra la lucha de Zapata?  

Agustín López Flores, Director de la Casa de la Cultura en Atoyac de Álvarez; Comentarista Maestro José Luis Fonseca Soberanis,  Secretario de Finanzas del Gobierno de Atoyac de Álvarez; el escritor, Isaias Alanís Trujillo;  Moderador, Jorge Luis Falcón-Fernández Arévalo, director de Grado Cero Consultoría y el comentarista  Maestreo en Ciencias, Eduardo Isaias Gómez Ozuna.
Como dijo el maestro Enrique González Casanova: pocos países con una raíz agraria tan profunda como México. Y es preciso destacar que el agro mexicano es impensable sin la presencia del caballo.

Inspirado en el caballo, Alanís escribe:

        Dueño de la libertad en Los Urales
        Te cazaron con trampas y espadas
        Y en una hilera de años como flores
        Que dan fruto, se secan y cambian de sonido
        Aprendiste el dócil trabajo del arado

Hijo del cuchillo y del arado
        fuiste el guerrero más valiente de la esfera
        que ha pisado la tundra y las arenas
        A ti te canto, viejo comendador de las ofrendas…
       

Alanís es “realismo mágico”, como sólo o porque sólo los latinoamericanos podemos serlo: es García Márquez y es Allende. Es el narrador de este mundo y del otro. Y de ambos, de personajes que no saben si están aún en el reino de los mortales o ya fueron y vinieron. Los muertos, que siguen pesando sobre los vivos.

El caballo zapatista es un modelo para armar al gusto del lector, puede leerse de principio a fin y de fin a principio; o de en medio hacia atrás y viceversa. Yo, por ejemplo, leo una entrevista y regreso a los poemas de la parte inicial, para luego sumergirme en la prosa de los relatos de Alanís.

Cabalgo con Villa y Genovevo de la O, “en pleno centro de Santa María Ahuacatitlán, el domingo 2 de febrero, Día de la Candelaria”. Y también veo a Huiziltepec emerger “nítido dentro de una burbuja de bronce voladora, brillante y firme; nebulosa y juguetona”. O bien, me convierto en contador de caballos, de los caballos zapatistas, en el Portón de San Gabriel; “porque si hay algo de cierto en este mundo, es que desde esta puerta se vislumbra todo el universo que Dios me dio…” “…Simplemente porque cuando no cuento la caballada que entra o sale de San Gabriel o el polvo de los caballos o el caballo de los polvos, no estoy contento… Mis ojos se han acostumbrado a sus nombres y en los ojos de ellos veo mi nombre, y al nombrarlos por su color se me atora una nuez criolla en la garganta, cuando cuento y digo: dos güinduris, siete bayos, dos colorados, ocho prietos, un tordillo, otro orisbayo, cuatro retintos, otro gruyo con la pata hinchada…”

Y soy testigo otra vez del albur que se juegan el General Cliserio Alanís y Nacho Maya, para lazar una de las ametralladoras carrancistas. Y me entristezco con la muerte del segundo en un lance de armas, apenas “unos días después de haber realizado la hazaña de lazar una ametralladora enemiga a cabeza de silla en medio de un avispero de balas federales”.

¡Gracias tocayo!