El niño Óskar Matzerath, de tres años, decidió dejar de crecer ante las injusticias que veía a su alrededor. Su madre se suicidó atosigada con un guiso de pescado. Con esos personajes expresó Gúnter Grass su repudio al nazismo al que de joven estuvo sometido, pero también a todas las injusticias que veía en su entorno, la traición, el abuso de sus semejantes, la burla, la miseria y la dominación de unos países sobre otros. En México, muchos están atentando contra sí mismos, para enfrentar una situación que rebasa su capacidad de lucha. En Tamaulipas, el médico José Luis Cantú Sierra, que lleva más de 50 días en huelga de hambre, anunció que el 17 de abril a las seis de la tarde se amputará un dedo -y quizá se irá mutilando poco a poco-, si el IMSS no resuelve lo de una serie de demandas que ha presentado, entre otras su actualización como cirujano para seguir ejerciendo. En Chiapas, el joven campesino Agustín Gómez se prendió fuego en diciembre pasado, para protestar contra el gobierno verde de Manuel Velasco, por el encarcelamiento injusto de un familiar. A menudo vemos grupos de personas que se cosen los labios en un sacrificio doloroso para exigir algo que les niegan; otros que dejan de comer largos períodos o que inician un penoso peregrinar, de grandes privaciones, para denunciar actos injustos. En ese caso están grupos de migrantes y familiares de esos grupos y de personas desaparecidas. Por lo general, las autoridades federales han sido sordas. Grass, el premio Nóbel 1999, que murió el lunes 13 de abril insistió en sus últimos años en las agresiones del gobierno de Israel contra Palestina, apoyado por Estados Unidos y la hipocresía del gobierno alemán encabezado por Ángela Merkel. Su muerte les ha servido a unos para cobrar cuentas con el Nóbel por su participación en las milicias hitlerianas en su lejana juventud. El mismo lo confiesa con valentía en su obra autobiográfica Pelando la cebolla (Alfaguara 2007). Le pasó como a muchos jóvenes pobres sujetos a las leyes de su país, que fueron inmiscuidos en una guerra que ellos no iniciaron. Lo vemos constantemente en las guerras que provoca Estados Unidos y el uso indiscriminado de jóvenes latinos y negros. Lo hemos visto aquí en México en el involucramiento con personajes nefastos como Gustavo Díaz Ordaz, de gente ahora famosa que a partir del 68 conoció la verdadera catadura del entonces presidente y se deslindó de él. Muchos ha hecho profesión de fe, uno de ellos el cantante español Víctor Manuel quien confesó haber vitoreado a Franco en su momento. En El tambor de hojalata, una obra escrita en 1959 con muchos elementos de ficción, Grass saca, no obstante, una realidad que le tocó vivir inmerso en la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias, a partir de un niño que vive todas esas realidades y trata de paliarlas con el tambor que le regaló su madre. El filme que surgió del libro es apabullante y ganó el Óscar – curiosamente como el nombre del personaje-, a la mejor película extranjera. Hombre de izquierda que se expresó sobre todo en épocas del Muro de Berlín y su caída ( se negó a la unificación de las dos Alemanias), Günter vivió, según su autobiografía, “de página en página y entre libro y libro”. Y con su lucha, trató de destruir el pasado de su juventud y crecer, como finalmente lo hizo su personaje Óskar Matzerath.