Teresa Gil/ De los casi 8 mil condominios que existen en el Distrito Federal, el gobierno ha hecho un buen negocio. Cada pedazo que está en copropiedad, paga su parte en impuestos. Eso genera la antidemocracia interna porque no todos los condóminos tienen igual representatividad en las asambleas. Según la urraca es el copete, dirían los norteños. La creación de este tipo de propiedad social tirando a clasemediera, tenía la intención de resolver el problema de vivienda, ya acuciante desde que se creó el Centro Urbano Presidente Miguel Alemán (CUPA) en los años cuarenta, pero en 1972 cuando se promulgó la primera Ley sobre el Régimen de Propiedad en Condominio de Inmuebles para el Distrito Federal, se enseñó la oreja. Organizar el pandemonium de la ciudadanía más arisca no sólo permitía cobrarles su derecho a tener casa, sino controlar entornos sociales a través de los servicios. El galimatías escrito es solo un discurso político, pero a veces da pasos en falso. En un suplemento publicado en febrero de 2014, la Procuraduría Social (PROSOC) que maneja los condominios, sostiene que su visión “Es permitir renovar los márgenes de los grupos organizados y de las autoridades responsables en la solución de problemas complejos y evitar con ello que se presenten situaciones de anarquía e indiferencia entre el gobierno y los ciudadanos”. Controlar, pues. Los más de 3 millones que viven en condominio no han hallado “las herramientas necesarias para la sana convivencia” y la PROSOC reporta morosidad, invasión permanente de áreas comunes, ruido e inseguridad. Hay abandono de viviendas, acaparamiento de administraciones para fines personales, destrucción y en muchos casos el arrendamiento similar al que tenía la antigua propiedad privada.“Los condominios son tierra de nadie”, me dijo una asesora de esa procuraduría. Aunque la dependencia dejó de ser “de chocolate”, como la calificó la ex diputada Karen Quiroga en 2011 con las reformas a la ley que le daban facultades de sancionar, los problemas siguen en aumento. Hace poco renunció su procurador en un intento de evitar el sospechosismo sobre su persona. Una hermana es candidata. Por otro lado, en la solución de los problemas, mucho tiene que ver la prepotencia y el desprecio al condómino, de parte de la burocracia de la PROSOC. Como llevar la “fiesta en paz” en condominio (Editorial Libra S.A. De C.V. 1994), es un librito que escribió Margarita C. de Almeida egresada del Instituto de investigaciones inmobiliarias, para ilustrar sobre la mejor aplicación de la ley. No va al fondo del asunto, porque no explora las intenciones de las autoridades, pero trae un capítulo que da un tono festivo de los habitantes condominiales, lo que le quita aridez a un manual sobre como cumplir una ley. La autora encontró diecisiete tipos especiales que distinguen ese entorno y que quitando a los verdaderos problemáticos -morosos, deshonestos, prepotentes, vengativos, desconsiderados-, hacen la convivencia más habitable. Así, describe (respetamos nombres y comillas) al “fregón”, al fiestero, a la “marisabidilla”, al Juan sabihondo, al “grillo”, al fodongo, a la pedinche y a otros con los que uno puede agarrar patín. Cada quien se puede buscar. Yo me identifiqué con el trabajador nocturno.