Sara Lovera/
El 21 de marzo, al terminar mi trabajo periodístico en la ONU a propósito de la 59 Sesión de la Comisión Jurídica y Social de la Mujer, me topé con el Museo Judío, en la 5ª. Avenida y la calle 92. Había una exposición temporal-homenaje a Helena Rubinstein, conmemorativa del cincuentenario de su muerte. Nada más alejado, me dije, de los propósitos de Beijín y las demandas pendientes de las mujeres. Dudé, pero entré.
Helena Rubinstein, pude leer en la exposición con más de 200 objetos personales, fotografías, vestidos y joyas de esta acaudalada empresaria, que revolucionó la cosmetología de su época, creadora de los salones de belleza –el primero lo instaló en París en 1912-, inventó más de mil cremas, rizadores de pestañas, el rímel resistente al agua e instaló para la salud de la piel y el cutis los spa.
A los 93 años, a la hora de su muerte, dejó a su familia 15 fábricas y un capital de millones de dólares. En los años cincuenta donó 500 millones de dólares a la comunidad judía. Es considerada la primera empresaria gigante del siglo XX, sus productos se globalizaron y tuvo al mismo tiempo cadenas de tiendas en Londres, París y Nueva York; lugares donde también tuvo sus casas diseñadas con lujo y buen gusto. Increíble.
Cuando llegó a Nueva York, en 1915, conoció al grupo de mujeres sufragistas que se pintaban los labios de rojo como símbolo de emancipación, con lo que se identificó. Tenía claro, dice Viridiana Mirón, que la individualidad y la independencia económica de las mujeres era el acto más revolucionario de su época; lo mismo escribía Alejandra Kollantai en 1920 cuando fue nombrada embajadora de la Unión Soviética en México. Y es una de las líneas de lo que se ha dado en llamar igualdad sustantiva.
Helena Rubinstein es considerada colaboradora de la “lucha”, conoció a algunas feministas de principios de siglo XX, admiró a Elizabeth Cady Stanton (12 de noviembre de 1815-26 de octubre 1902, participante de la Asamblea de Seneca Falls, la primera convención sobre los derechos de la mujer en los Estados Unidos, realizada del 19 de julio al 20 de julio de 1848 en Seneca Falls Nueva York, Estados Unidos) y convivió con Charlotte Perkins Gilman, (Hartford, 3 de julio de 1860-17 de agosto de 1935) ésta última escritora, fundadora de la Asociación de la Prensa de Mujeres Costa del Pacífico (PCWPA), de la Alianza de Mujeres.
De Rubinstein se pudo ver, en los tres espacios de la exposición, una colección de sus fotografías, obras escultóricas de sus colecciones, objetos personales, sus vestidos, imágenes de sus departamentos y una muestra de collares de varios hilos y pedrería, y una película.
Esta mujer que medía un metro 47 centímetros de estatura, no guapa según los cánones de la belleza vista por el patriarcado, amiga de Picasso, mecenas de artistas, apoyó a las universidades y también a creadoras y creadores que huyeron de Europa tras la primera guerra mundial, fue una estratega de la publicidad y promotora del diseño y el arte, inspiró a otros creadores, como lo hizo Nahui Ollin en México.
Ella acuñó una frase simple, que por cierto le dio el nombre a la exposición en el museo Judío que estuvo abierta al público desde octubre de 2014 hasta el 22 de marzo último: “La belleza es poder porque da libertad”. Ella lo había probado señalando que la belleza se construye con trabajo y esfuerzo. “No es para perezosas”. Vapores para limpiar la piel -como decimos que sucede en el spa y el sauna- se lee bajo una colección de fotografías que la muestran, un cutis envidiable.
Pudimos apreciar una película en blanco y negro, donde se ve cómo daba clases de purificación de la piel a las mujeres; la estructura de los primeros secadores de cabello; el uso de mascarillas y sobre todo una colección de cremas. Ello me recuerda algunas escritoras en boga, que han venido de este mundo de la perfumería y la cosmética. Más allá de la conciencia de que la publicidad de cremas maravillosas puede “manipular a las mujeres” intentó curar también el alma a base de vapores en la cara y mascarillas relajantes; fue ella la que recomendó cepillar hasta mil veces el cabello por la noche para mantenerlo vivo y brillante.
La señora Rubinstein nació en Cracovia, Polonia, en 1872, la mayor de ocho hijas en una familia judía de escasos recursos. A los 30 años, para huir de un matrimonio arreglado, se fue con un tío a Australia a un pequeño pueblo cuya tranquilidad permitió imaginar las tres cosas que la hicieron libre: crear una primera crema a base de lanolina (con la grasa de las ovejas) llamada Velazé; un lugar para que las mujeres hablaran: el salón, y acumular dinero que la hiciera libre. En 1908 ya tenía un capital de cien mil dólares, al morir dejó más de 750 millones.
Un texto a la entrada de la exposición fue elocuente: De una granja de ovejas en Australia (1908) pasa a tener quince fábricas de cosméticos, miles de puntos de venta y 40 mil empleados a finales de los años cincuenta. Poco antes de su muerte, en 1965, confesaba: "Quisiera que el negocio durase por lo menos trescientos años más”.
A partir de 1917, Helena Rubinstein logró que la fabricación y distribución de sus productos al mayoreo abrieran cientos de espacios para dar trabajo a obreras de la cosmetología. Creó el "Día de la Belleza" en los diferentes salones y se convirtió en un gran éxito.
Fundó el pabellón de Arte Contemporáneo de Tel Aviv y en 1957 se estableció la beca arte Helena Rubinstein. En 1953, se hizo filántropa y creó la Fundación Helena Rubinstein para proporcionar fondos a organizaciones especializadas en la salud, la investigación médica y rehabilitación, así como a la Fundación Cultural Israel Latina y, además, otorgó becas a los israelíes. Fundación Cultural que ella creó.
En 1959, Rubinstein representaba la industria de los cosméticos de Norteamérica en la Exposición Nacional de Estados Unidos en Moscú.
Su industria, tras su muerte en Queens en 1965, fue comprada por la trasnacional Palmolive y luego por L’Oreal. Se cree que los Premios L'Oreal-UNESCO para las Mujeres en la Ciencia también conocidos como los Mujeres Rubinstein, fueron inspirados en su historia.
Fue una coleccionista de obras de arte. Su trato con Picasso, se ve en la exposición, hizo que el artista malagueño hiciera varios retratos de ella, le regaló los bocetos que mostró el museo ubicado frente al Parque Central de Nueva York y fue Andy Warhol quien elaboró algunos de los carteles publicitarios de esta mujer. El autor de un cartel famoso de Marilyn Monroe.
Una visita aleccionadora. Me hizo recordar a las Pelonas en México, al Charlestón de los años veinte, cuando las mujeres tiraron a la basura el corsé y delineaban sus cejas como era costumbre en Antonieta Rivas Mercado y Rosario Castellanos; se maquillaron discretamente y alargaron sus pestañas gracias a algunos de los secretos descubiertos por Rubinstein.
Una curiosa muestra de que la lucha sufragista que este año tendrá un nuevo capítulo en México, estuvo acompañada por Coco Chanel y el traje imprescindible y duradero; la belleza eternizada y muy diversa de las mujeres libres como se muestran en los retratos del Dr. Atl, los desnudos azules de Picasso, los pectorales de joyería que han vuelto a la moda, los vestidos de pedrería que ahora se usan de día, el me da la gana de ponerme lo que se me ocurra para sentirme bien, las sesiones de cirugía plástica que de vez en vez atacan a algunas de nuestras mejores funcionarias, diputadas y hasta una que otra feminista.
Así como el no me apena tener varios trajes tipo Chanel y admiro la valentía de Gala, la compañera de Dalí y su revolución sexual. En fin, que no podemos olvidar nuestra construcción en muchos sentidos y nuestra permanente decisión de ser libres.
El museo Judío de Nueva York se aloja en la antigua mansión de Felix Warburg, posee una impresionante colección de objetos religiosos, pinturas y objetos de plata y hasta un mosaico de una sinagoga de Persia del siglo XVI y obras contemporáneas de pintura, fotografía y escultura. Siempre ofrece exposiciones temporales. Imaginé que vería una colección de cosméticos, carteles publicitarios y fotografías. Y me encontré con esta historia.