Me sorprendí al verlo.
Caminó hacia arriba, por las escaleras de Prepa Dos. Yo ya trabajaba en el
periódico Trópico y lancé la pregunta del reportero novato que aun no concluye
la preparatoria: ¿Qué hace aquí?n ¿Qué crees?, me respondió. Pues acabo de salir
de la cárcel.Era Octaviano Santiago, a quien luego conocí en múltiples facetas.
Él siempre al lado de la izquierda. Yo como reportero.La última vez que me eché
una fría con él fue en el bar Chico. Benito aun vivía. Él estaba sentado a la
barra y el gallego no le quería servir ni un vaso con agua. Me preguntó, con
ese tono de los cantineros españoles: “… eh Mata y éste ¿quién es? Ya me aplicó
el 33 más de tres veces y me ha dicho que ahí la trae…”.--- “No trae nada,
Benito”,respondí. “Y Éste tiene nombre. Se llama Octaviano Santiago Dionisio”,
agregué ya con la chela en la mano . Y ¡zas! Que el gallego nos invita una, dos
y hasta seis rondas. Hasta que luego llegaron Abel San Román, Carlos Inoriza,
Raúl Pérez y, cosas de la vida, un detalle que mostró la tolerancia de
Octaviano, se quedó con nosotros Chuchín Herrera. Éste jueves leí en las redes
sociales de su muerte. No pude sino dar valor a un hombre de principios que
siempre vivió como pensó: sin lujos. Alguna vez comentamos la frase que lleva
un cuadro con la imagen de Zapata que cargo conmigo desde la época de la Prepa
Dos. Dice así: “El lujo corrompe a los hombres y los distancia del pueblo.
Zapata”. Octaviano jamás vivió en el lujo. Jamás se corrompió.Él vivió en el
tiempo de la intolerancia, el partido de estado, la antidemocracia y lo que
muchos han olvidado pues no lo vivieron. Su lucha nos ha dejado un país con más
libertades y una democracia que, aunque imperfecta, no deja de ser democracia.
Él puso un ápice pero, a final de cuentas, un ápice que hizo una gran
diferencia.Por él y como recuerdo de lo que no debe volver a suceder en éste
ajado país, dejó en seguida el testimonio de Octaviano, de cuando fue preso
político y perseguido. Ahí va como reconocimiento a un hombre congruente y,
otra vez, como recuerdo de lo que no debemos permitir se repita en nuestro
querido país.
TESTIMONIO DE TORTURA A OCTAVIANO SANTIAGO DIONICIO "En
febrero de 1976, el procurador Carlos Ulises Acosta Viques me acusó de hacer
propaganda y reuniones en la que se atacaba al gobernador Rubén Figueroa, por
lo que a punto estuvo de revocar, en mi perjuicio, el beneficio de la
preliberación. Posteriormente, Jesús Heriberto Noriega Cantú, uno de los
llamados guerrilleros `arrepentidos`, jefe de los policías políticos al
servicio del gobierno estatal y actual director del DIF-Guerrero, me acusó de
que yo lo había invitado a la comisión de actos delictivos desde que éramos
compañeros en la universidad, motivo por el cual fue girada una orden de
reaprehensión en mi contra”. "El 30 de septiembre de ese año fui detenido
en Querétaro y luego trasladado a la ciudad de México, donde me encerraron en
una celda de un edificio. Durante casi dos meses fui objeto de torturas físicas
y psicológicas”. "12 de octubre: nuevamente me sacan de la celda, se me
desnuda y comienzan a patearme hasta ser derribado, se me baña con agua helada
y se da inicio al martirio de los toques eléctricos en diversas partes del
cuerpo, pero fundamentalmente en los testículos. Se me cuelga con vendas dobles
de las manos mientras que otras vendas me son colgadas en los pies. A punto de
perder el conocimiento y en esta posición de `colgado`, los torturadores
deciden suspender su faena no sin antes obligarme a ingerir cuartos de tequila
como método de reanimación”. "13 de octubre: la tortura comienza
informándoseme que mi madre y dos hermanas mías se encontraban detenidas y que
las tenían en ese mismo lugar para que, en caso de no confesar mis actividades
guerrilleras, serían torturadas y violadas en mi presencia. Al no aceptar los
delitos que ellos me fabricaban, me sumergieron en agua hasta el punto de la
asfixia, hicieron simulacros de violación a mi persona, me aplicaron con más
virulencia los toques eléctricos, me quebraron palos en la cabeza y, al final,
me exprimieron limones sobre mis testículos que para entonces estaban en un
alto y peligroso grado de infección”. "25, 16 y 17 de octubre: se me
levanta a las cinco de la mañana y se me baña con agua helada, los toques
eléctricos en las partes nobles los siento cada vez más desgarradores. Se me
tapa la boca con trapos para ahogar los gritos y quejidos que la tortura
provoca, se me golpea con grandes y anchas tablas mojadas en todo el cuerpo.
Hacen un simulacro de castración, se me oprimen los testículos ya infectados y
en los momentos de desfallecimiento me hacen tomar otra vez cuartos de
tequila..." Santiago Dionicio fue trasladado el 8 de noviembre de 1976 a
una cárcel clandestina de Acapulco, a unos metros de la oficina del entonces
teniente coronel Acosta Chaparro, jefe de la policía. Ahí se enteró que habían
estado otros ex guerrilleros, entre ellos Aída Ramales Patiño
"Nidia", Pablo Santana López "Óscar", Fredy Radilla Silva
"Jorge", Eusebio Peñaloza Silva "El abuelo" y Concepción
Jiménez Rendón "La gorda", desaparecidos desde entonces. Cuatro días
después de que rindió su verdadera declaración, en la que negó ser el autor de
la muerte de Obdulio Ceballos Suárez otro ex guerrillero convertido en policía
del gobierno, el procurador Acosta Viques dijo de él: "No cumplió el compromiso
que acordamos, ahora entonces, sabrá lo que le espera...".
Hasta aquí el
testimonio. Honor a quien honor merece. Hasta luego camarada