Me quiero referir, en esta pequeña historia, a mi abuelo y a un bobo. Y no vaya a pensar el amable lector, de este último, que se trata de una persona muy escasa de “cerebro”, sino de un sabroso pez, que acostumbra bajar con la creciente de algunos ríos. El hecho ocurrió - sin temor a equivocarme - el 16 de septiembre de 1977, en mi tierra natal Cosamaloapan, cuando llegué a visitar a mi abuelo Serapio “El Chato” Naranjo, y a mi madre Chonita, quien lo atendió durante sus últimos años. Debo hacer un paréntesis, pues me explicaba el doctor José Lemarroy Carreón, cronista de la ciudad de Coatzacoalcos, y bien enterado de estos ‘asuntos’, que la época en que el bobo acostumbra bajar por el río Coatzacoalcos, coincide con la mítica “Noche de Quetzalcóatl” – cuando hay tormenta y truenos - la cual ocurre precisamente a inicios del mes de noviembre; y que sólo entonces – subraya – se da ese acontecimiento de la naturaleza; y que el pez a que me refiero podía ser un ‘jolotito cualquiera’. Bueno, sin querer entrar en polémica, para mí, si mi abuelo decía que los bobos, por el Papaloapan, bajan en septiembre, me basta con eso.Bien; en aquella ocasión iba con mi hijo menor, Jorge (quien aún no cumplía los cuatro años). Como un ritual pasé al cuartito donde estaba mi abuelo, con sus piernas anquilosadas, y casi ciego. Le dije que iba con mi hijito, y me pidió que lo acercara. Le puso una mano en la cabeza, a modo de caricia, y como sintió que su pelo estaba largo, me recomendó: “¡Córtale el pelo a este niño!”.Ya en la sala, platicando con mi mamá, esta me comentaba, en voz muy baja, en la cual se notaba algo de tristeza: “Así como lo vez, todo calmadito, hace tres días se me puso bien malo, y se cayó de su catre. Tuve que llamar a mi sobrino, Severiano, para volverlo a subir. Le agarró un vómito negro, y lo único que se me ocurrió fue prepararle un té de yerbabuena con sal, y se lo di a tomar”.No quería interrumpirla; mi abuelo, para esas fechas, tenía alrededor de 105 años, y no era la primera vez que se ponía mal. Siguió mi madre, diciendo: “Me fui entonces corriendo a la iglesia, y traje al padre. Éste, después de prepararse adecuadamente, para darle los santos óleos, se dirigió al enfermo, preguntándole: “Serapio, ¿ya estás listo para confesar tus pecados?”. Tu abuelo le respondió con otra pregunta: “¿y tú, ya confesaste los tuyos?” (¡Así se las gastaba “El Chato”!, un hombre rústico, pero sincero; y sin que intentara ser irreverente).“Bueno”, le pregunté a Chonita, “¿y qué sucedió después?”. Ella siguió platicando: “Pues fíjate que ayer, ya en la nochecita, y cuando estaba ocupada en la cocina, mi papá me habló. Y me dijo: ‘Chona, hoy es 15 de septiembre, ¿verdad?, porque estoy oyendo que están echando muchos cuetes. A ver si me consigues un bobo, para que me lo guises’. Y hoy en la mañana, antes que tú llegaras, le cumplí su deseo. Pero él, por su condición, comió solo un poquito. Así que quedó suficiente para que comamos nosotros tres”. Mi abuelo, “El Chato” Naranjo, quien se desempeñaba como cargador – y siempre andaba “pepenando” cosas que encontraba en la calle - falleció tres años después. Y esta breve narración es para recordarlo, y para que algunos conozcan el carácter de algunas personas. Gracias. Agradeceré sus comentarios.
*Cesáreo Suárez Naranjo, periodista y escritor de Coatzacoalcos, Veracruz.