“Este mundo visible contiene
una lección acerca del mundo invisible.” -Orígenes-
Cuando se analiza un proceso
de cambio social de la humanidad. Del hombre y la mujer, es preciso responder a
ciertas preguntas: ¿Qué es lo que cambia? ¿Cómo cambia? ¿Cuál es el ritmo de
cambio? ¿En qué dirección se produce? ¿Cuáles son los factores objetivos y
subjetivos del cambio?
El hombre es una especie en
decadencia o también podríamos decir una especie en vía de extinción y no por
su gran progreso, sino por la forma en que progresamos. El hombre con el pasar
de los años se ha visto rodeado de cambios que han influido mucho tanto en el
ambiente como en la sociedad buscando mejorar la calidad de vida.
Al igual que Soren Kierkegaard,
Federico Nietzsche fue un apasionado defensor de la individualidad. Ello lo
diferencia de Marx, quien criticaba a la sociedad moderna pero desde una visión
colectivista.
El hombre se descubre como
aquel que valora, aquel que da sentido. La vida tiene el sentido que nosotros
le damos y en ello reside la grandeza del hombre. Ya no podemos hablar de un
bien y un mal objetivos. Por eso, en “Así habló Zaratustra”, su obra más
famosa, el personaje central es el predicador persa que siete siglos antes de
Cristo enseñó que había un principio del bien y un principio del mal. En la
obra, Zaratustra viene a enmendar su error, a decirnos que no hay un bien y un
mal en sí mismos. El bien y el mal son lo que nosotros hacemos que sean, pero
nosotros estamos "más allá del bien y del mal".
“El sujeto no pertenece al
mundo, sino que es un límite del mundo.” Señala en “Tractatus”, Ludwig Josef Johann
Wittgenstein. Según Wittgenstein el mundo es una totalidad de hechos y no de
cosas. Por supuesto, hay cosas, pero el mundo lo componen los hechos que
acaecen con o a esas cosas. El hombre es hecho y deshechos. La mujer es la
masculinidad que aún no quiere desaparecer.
Por lo tanto es condición
para que exista el mundo es trascendental. El yo metafísico no coincide con el
yo que se ofrece en nuestra experiencia: el que se ofrece en nuestra
experiencia es el yo empírico tanto el yo físico, como el yo psicológico, puede
ser estudiado por las ciencias empíricas, y no es esencialmente distinto a las
otras cosas del mundo.
Es verdad que Sócrates es un
racionalista. El hombre corriente ateniense de la época socrática es un sujeto
que se movía en la vida con unas cuantas verdades corrientes, heredadas, y los
más difíciles enigmas del mundo y la existencia les resultaban claros y
explicable: una creencia religiosa o sencillamente un proverbio, bastaban para
que supiera lo que había que saber. Domina, por tanto, el ambiente una
atmósfera de verdades religiosas tradicionales y oficialmente reconocidas.
Sócrates indica la necesidad
de, sin abandonarla, mirar en la otra dirección, es decir, expresar respeto a
la tradición y a la piedad. Lo paradójico del caso es que, en nombre de la
piedad y de la tradición, se obligará beber la cicuta a un pensador que había
sabido medir el peligro que el pensamiento racional traía consigo.
Para Emilio Durkheim la
crisis se debe a la falta de autoridad moral en los individuos. Durkheim nunca
abandono la convicción de que la sociedad occidental de su tiempo atravesaba
una crisis grave, y de que, en el fondo, la crisis se debía a una relajación
patológica de la autoridad moral sobre la vida de los individuos.
“El hombre que la educación
debe plasmar dentro de nosotros, no es el hombre tal como la naturaleza lo ha
creado, sino tal como la sociedad quiere” afirmación de Durkheim que rompe con
la visión Kantiana que afirmaba que el creador había puesto al hombre en la
tierra ya con una naturaleza preexistente y que el llegar al hombre ideal, que
estaba capacitado para ser naturalmente, era problema de la educación, el
instrumento diseñado por el hombre para llegar a la felicidad.
Darwin ya había anunciado en
“El origen del hombre” que el proceso de civilización occidental estaba
frenando el trabajo de la selección natural permitiendo que los individuos
menos favorecidos, física y mentalmente, se reproduzcan indiscriminadamente
perjudicando la descendencia de la especie humana.
De los hombres y mujeres de
la antigua Grecia, de la época de Oro, del Renacimiento, de los que hasta el
siglo pasado habían logrado hablar del progreso; hoy, la decadencia es parte de
una inmoralidad; por perdidas de la verdad. Destaca el Talmud: “Desgraciada la
generación cuyos jueces merecen ser juzgados”
No sobresalen los más
hábiles intelectualmente para hacer el bien; sino los más perversos aglutinados
en oscuros grupos, para hacer el mal, como doctrina de una raza que se niega a
ser feliz.
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