Cuando en un artículo editorial publicado en el diario español El País Andrés Manuel López Obrador fue calificado un lastre para la izquierda mexicana, la reacción del tabasqueño fue furibunda, apenas ajustada a su estilo marginal de la discusión seria, tolerante e incluyente.
Pero en el primer círculo de López Obrador, el comentario a ese editorial no pasó más allá de pinceladas discrepantes. La izquierda real comulgó con el calificativo endilgado a su prócer.
El resultado de la elección presidencial del 1 de julio se ventilaba en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y no había, más allá de golpes mediáticos, una evidencia real, tangible, de que la izquierda se aprestaba a crear una cisma nacional. Veamos.
Hay una pléyade política de la llamada izquierda mexicana, aunque parte de ella se ubica en el centro democrático e incluso progresista cuya influencia en la vida del México contemporáneo ha sido fundamental en el proceso de transición de la pirámide inversa del poder pero sucumbió a los sueños de un solo hombre. Y éste la abandonó después de usarla y dividirla.
Algunos nombres de quienes al margen de filias y fobias ideológicas han sido protagonistas de los nuevos tiempos que respira México, son los de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge G. Castañeda, Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho Solís, Pedro Vázquez González, Rosario Robles, Amalia García, Rosario Ibarra, Graco Ramírez y Alejandro Encinas.
Hay otros actores que se ubican en el trapecismo político, oportunistas y mercenarios electorales, de los que frustradas sus aspiraciones en el PRI o en el PAN, renunciaron a su nacencia partidista para echarse en los brazos del PRD, el PT o el Partido Movimiento Ciudadano. Todo por un cargo.
Y cuando se les cuestiona por ese cambio y la negación ideológica que los hizo actores políticos en la vida nacional, la respuesta, por simplista suena cínica. Dicen abandonaron siglas, espacios, militancia y convicciones, acuerdos, compadrazgos e historia, porque buscan el bien general y se sacrifican por la patria. Cínicos comulgantes con la máxima del Tlacuache Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”.
Estos especímenes han caminado en los linderos del poder por el poder, de la negación ante el espejo de lo que en su momento rechazaron y en lo que luego incurrieron cuando se adueñaron de siglas y voluntades. Cuántos criticaron cacicazgos sindicales y luego se convirtieron en caciques apadrinados por la izquierda, como una especie de manto sagrado con la bendición del máximo jerarca en turno.
Estos políticos fueron los mismos, algunos de ellos simplemente herederos, cachorros del priismo que hasta antes de perder el poder quemaban en leña verde a la oposición partidista de la clandestinidad, es decir, primero los comunistas del México post revolucionario y luego a los que de la ruptura priista de 1988 hicieron posible un partido a imagen y semejanza del PRI en la praxis, el PRD, pero con propuestas de izquierda que se quedaron en eso, en propuestas.
Sin duda por esos rumbos se orienta el Partido de Regeneración Nacional, cuya plataforma de lanzamiento será precisamente el Movimiento de Regeneración Nacional que está al servicio de Andrés Manuel López Obrador y sus intereses, ambiciones y etcéteras personales.
Rumbo a 2018 en la revancha fincada en el dicho popular de que la tercera es la vencida, ¿cuántos de esos trapecistas y mercenarios de la política se irán a esta aventura que tendrá su prueba de fuego en la elección intermedia federal de 2015? Muchos, muchos de estos que en la federal de 2012 se quedaron en las ligas menores.
Perredistas y petistas, pemecistas o como se quiera llamar a los del Partido Movimiento Ciudadano que abandonó la denominación de Convergencia para ajustarse a los deseos de Andrés Manuel López Obrador y que, en la LXII Legislatura federal carece de hombres de brillo propio que debió hacerse del respaldo de Ricardo Monreal Ávila para asumir la coordinación de la bancada del PMC en la Cámara de Diputados y, en el Senado, tiene a Layda Sansores San Román como senadora independiente porque se negó a sumarse al PRD o al PT.
El punto, empero, es qué tipo de acuerdos hubo entre la pléyade política que desde la última década del siglo pasado creyó en Andrés Manuel López Obrador como artífice de un movimiento que podía llevar a la izquierda, es decir, a él, a la Presidencia de la República.
Son conocidos los desencuentros de Carlos Navarrete y de Jesús Ortega con López Obrador, de suyo ciertos al grado de que el primero no objetó la renuncia del tabasqueños a la alianza del Movimiento Progresista que lo hizo candidato presidencial, ni la del segundo que consideró que con esa decisión de Andrés Manuel se acabaría la esquizofrenia de la izquierda mexicana.
Más temprano que tarde se sabrá de los acuerdos que hubo entre esos hombres y mujeres de peso político e ideológico para mantener a López Obrador en la carrera por la Presidencia de la República.
Pero con la renuncia del tabasqueño para armar su propio andamiaje rumbo a 2018, la izquierda tiene la enorme oportunidad de remontar malas famas y despojarse de esos lastres que implican mercenarios y trapecistas. Total, ya se fue el principal lastre que los mantenía surtos en puerto; es tiempo de zarpar y despojarse de la mala fama. Conste.